Has vivido cosas duras, has sufrido y la verdad es que lo has encarado satisfactoriamente. Has sido fuerte. Pero luego viene lo pequeño del día a día y a veces te ahogas en un vaso de agua ¿qué sentido tiene? ¿Cómo es posible que seas tan fuerte en lo grande y se te haga bola lo pequeño?.
Tiene mucho sentido. Cuando nos vemos en situaciones límites, en situaciones críticas, nuestro instinto de supervivencia se pone en marcha y solemos movilizar las mejores estrategias de afrontamiento, esto nos permite tener una buena adaptación. Es como el airbag que sale sólo con los grandes choques. Sin embargo, en las incomodidades del día a día, en los frenazos rutinarios, ese airbag no salta porque no es necesario. Lo que se traduce en una posible peor adaptación. Por eso a veces nos cuesta encarar lo más cotidiano. En el fondo sabemos que no es una amenaza importante, por lo que no sacamos la artillería pesada.
Por otra parte, cada vez que vivimos experiencias emocionalmente intensas, episodios duros, psicológicamente nos quedamos “agotados”. Necesitaremos un periodo para reponernos. Por lo que podremos vivir una época de mayor vulnerabilidad emocional tras esa experiencia. O sea, que estaremos más blanditos.
Recuerdo un paciente que decía “no comprendo cómo he podido ser tan fuerte durante la enfermedad de mi hijo y ahora me agobie tanto por las pequeñas cosas del trabajo” lo que no sabía es que había invertido en su hijo lo mejor de sí mismo.
¿Sabes qué? Eres más capaz de lo que piensas, seguro.
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